Comentario
Fue la segunda de las colonias iberoamericanas, tras la Nueva España, y su potencial demográfico y económico llegó a equipararla a la misma metrópoli. Fue también la única colonia que se transformó en corte y sede de una monarquía, cuando se trasladó a ella la familia real portuguesa en 1808, huyendo de la invasión napoleónica.
Brasil experimentó un enorme crecimiento demográfico, pasando de un millón de habitantes en 1700 a 3.250.000 en 1789, y a cuatro millones a comienzos del siglo XIX. Había cuadruplicado por tanto su población, que era ya semejante a la de su metrópoli. No menos interesante es el hecho de que su población negra hubiera subido del 10% al 58%, la blanca del 20% al 29%, y que la indígena hubiera disminuido del 60% al 7%, correspondiendo los porcentajes restantes a las mezclas, pues evidencia que el verdadero crecimiento se debió a la importación de esclavos. Según Curtin, recibió durante el período comprendido entre 1701 y 1810 un total de 1.897.000, cifra semejante a los que existían en el país a fines del siglo XVIII, lo que demuestra un escaso crecimiento vegetativo del grupo. Tal parece que necesitara importar continuamente esclavos para sostener constante su potencial. La desaparición de un número tan alto de esclavos obliga a pensar en grandes mortandades, en un elevado mestizaje o en numerosas manumisiones. El hecho de que una quinta parte de los negros fuera libre revaloriza el último de estos elementos. La verdad es que desconocemos los mecanismos que podían producir tantas manumisiones, pero Tanembaum ha apuntado un hecho significativo, como es que los esclavos brasileños gozaban de 84 días festivos al año, lo que les permitiría trabajar por su cuenta para comprar su libertad. En cualquier caso, la trata negrera continuó a un ritmo muy acelerado, pese a la crisis azucarera. Las minas demandaban mucha mano de obra esclava -especialmente las de diamantes en las que trabajaban bajo la vigilancia de las tropas reales-, así como también la ganadería subsidiaria que la sustentaba, especialmente en el valle del río San Francisco. En cuanto al mestizaje, fue notable asimismo, debido al enorme atractivo de las esclavas para portugueses y brasileños.
La población se concentraba en la costa, donde seguían viviendo los blancos y los negros. En el interior habitaban los indios y en las regiones intermedias los mamelucos o mestizos. El descubrimiento de oro en Minas Gerais, situada a 200 millas al interior desde Río, motivó un gran movimiento migratorio desde la costa, en coincidencia con una crisis azucarera. Los portugueses eran la verdadera élite de los blancos y tenían en sus manos la administración, el comercio y una gran parte de las plantaciones. No fueron suplantados como en Hispanoamérica por los criollos, quizá porque la falta de universidades en Brasil originó una carencia de gente preparada. Quizá también porque la proximidad de su colonia permitía a los peninsulares vivir en la metrópoli y administrar sus propiedades por medio de parientes o mayordomos. Aunque las ciudades principales estaban en la costa, había algunas notables en las orillas de los ríos Amazonas, Paraguay y Tabinga, así como en Minas Gerais, zona en la que sobresalió Ouro Prêto. Predominaba la población rural sobre la urbana, incluso en la costa, donde las plantaciones formaban multitud de unidades autónomas desde el punto de vista socioeconómico. A veces las casas, tiendas y parroquia de una plantación daban origen a poblaciones. El "engenho" típico del norte tenía unos 12 km. cuadrados de tierras, con zonas específicas de cultivo, pastos y bosques, y entre 50 y 100 esclavos. En el centro del mismo estaba la casa grande, donde vivía el amo, patriarca de una familia extensa en la que abundaban hijos legítimos habidos con esclavas y dueño de la tierra en que vivían los esclavos, los aparceros, los artesanos y el cura, cuyas vidas dirigía.
Pocos cambios se introdujeron en Brasil hasta 1750, cuando se inició la gran etapa reformista. La colonia arrastraba una administración muy compleja. Parte de su territorio se gobernaba directamente desde Portugal, como Maranhâo, parte desde la misma América (Bahía), y parte incluso por algún capitán donatario, reliquia del viejo sistema. El país tenía 7 capitanías y 3 regiones judiciales. Para la mejor atención se crearon los nuevos obispados de Pará (1719), y Sao Paulo (1745), que se añadieron a los anteriores de Río de Janeiro y Sao Luis de Maranháo y al arzobispado de Bahía. Curiosamente, el obispado de Maranhâo no dependía de Bahía sino del arzobispado lisboeta, una muestra más de la antigua descentralización existente. Los nombramientos se hacían a través del "Padroado Real" y la "Mesa da Consciencia e Ordens", que se involucraba poco en cuestiones de fe y de prácticas religiosas. Agentes especiales de Inquisición enviados de Portugal vigilaban a los sospechosos de herejía. En cuanto a su clero secular, tenía menos importancia que en Hispanoamérica, debido a que atendía exclusivamente a la población portuguesa concentrada en la costa. En la primera mitad del siglo, se obligó a los seculares a ocuparse de las misiones existentes en las zonas donde se producían el oro y los diamantes (Minas, Goias y Mato Grosso), porque la Corona quería controlarla mejor. En 1711 se prohibió la entrada de misioneros regalares en Minas.
El ministro de José I, Marqués de Pombal (José de Carvalho e Mello), comenzó su reforma precisamente por el aspecto religioso. En 1759, se expulsó a los jesuitas con los pretextos de haber obstaculizado la devolución de los pueblos del Ibacuy tras el Tratado de Límites de 1750, haber puesto trabas a la acción misionera secular en Gráo Pará y Maranháo y haber estado implicados en un atentado contra la vida de José I. Se enviaron a Europa 629 jesuitas, la mitad de los cuales eran criollos. Sus iglesias fueron a parar a los obispos, que convirtieron algunas de ellas en catedrales. Sus tierras fueron compradas por los latifundistas. Sus misiones fueron ocupadas por franciscanos y sacerdotes seculares.
Pombal acometió a continuación la gran reforma administrativa y económica, cuyo objetivo era vincular al Brasil a la metrópoli y crear un segundo aparato administrativo subordinado en la colonia, centralizado en Río de Janeiro. Para lo primero, hizo que el ministerio de Marina y Ultramar asumiera el nombramiento de todos los funcionarios coloniales, dependiendo del mismo todas las capitanías. Desde 1767 suprimió la "Casa dos Contos" o Tribunal de Cuentas de Brasil, y encuadró toda la estructura fiscal colonial en la tesorería real. Cada capitanía (el ministro compró para la Corona las que aún estaban en manos de particulares) tenía su "Junta de Fazenda", presidida por su capitán general, que se encargaba de recaudar los impuestos y los enviaba luego junto con las cuentas al erario real de Lisboa. Finalmente, prohibió la creación de fábricas o talleres textiles en Brasil, tratando de fortalecer las exportaciones metropolitanas. Para lo segundo, organizó el virreinato en Brasil el año 1762 (existía de hecho desde 1717), trasladando la capital colonial de Bahía a Río de Janeiro, junto con el arzobispado. En 1765 creó tribunales de justicia provinciales, suprimió la autonomía de Pará y Maranháo, mandó organizar las milicias, amplió las intendencias, restituyó la producción diamantífera a la Corona, sacándola de los asentistas (1771) y sustituyó el cobro del quinto real del oro por una contribución anual de 100 arrobas que pagaban las casas de fundición y las principales villas mineras. En 1775 creó el Tribunal Supremo de Río, manteniendo a la vez el de Bahía. En cuanto a la administración religiosa, continuó controlada por el "Padroado", que nombraba las personas que ocupaban los cargos eclesiásticos y daba las normas oportunas a los directores provinciales de las órdenes regulares que operaban en Brasil. El Consejo de Ultramar de Lisboa podía revisar cualquier bula o ley papal destinada al Brasil.
Las reformas comerciales de Pombal no fueron menos importantes. En 1765, abolió el régimen de flotas (se restablecieron temporalmente entre 1797 y 1801) y las sustituyó por navíos sueltos que contaban con la protección de la marina británica. Pese a esto, el oro y los diamantes con destino a la metrópoli saldrían en dos buques anuales. Creó, además, dos compañías comerciales: la Geral do Grâo Pará e Maranháo (1755) y la de Pernambuco y Paraiba (1759), para el comercio algodonero y azucarero. Las compañías fueron suprimidas en 1777 y 1778. Pombal se benefició, finalmente, de la intervención portuguesa en la guerra de los Siete Años al lado de Inglaterra, para recuperar la colonia del Sacramento de España (1763). Esta colonia volvió a España en 1777, tras la ratificación del Amazonas y Misiones como zonas de expansión portuguesa.
La única gran reacción contra las reformas fue la "Inconfidencia Mineira" (1788-89). Surgió en Minas Gerais, donde la orden de cobrar el quinto real atrasado coincidió con una gran contracción de la producción minera. El movimiento tuvo como dirigente al teniente de Dragones José Joaquín da Silva, apodado " Tiradentes" por haber ejercido como dentista, y contó con el respaldo de algunos criollos acomodados que pretendían proclamar la república en Brasil. La conspiración fue sofocada fácilmente y Tiradentes fue apresado y ajusticiado en Río el año 1792. Otra rebelión importante fue la de Bahía (1798), de carácter radical y urbano. Fue dirigida por sastres y soldados con el propósito de suprimir la esclavitud, declarar el libre comercio e implantar igualmente la república. Arraigó entre los negros, que se alzaron pidiendo libertad, igualdad y fraternidad, pero no contó con el respaldo de los productores de azúcar, que ayudaron a las autoridades a terminar con la sublevación. Se ejecutaron cuatro cabecillas y se expulsó a África a los restantes.
La economía brasileña siguió los dictados de Londres hasta el último cuarto de siglo, cuando las reformas de Pombal originaron sorpresas inesperadas. Inglaterra planificó utilizar Brasil como su colonia, con Portugal como intermediario. Lisboa se transformó así en el redistribuidor del oro, azúcar, algodón, madera tintórea y tabaco brasileños, y en el reexportador de las manufacturas inglesas. Por el tratado de Methuen de 1703, los tejidos de lana ingleses pudieron entrar en Portugal libres de derechos de aduana a cambio de una tarifa preferencial para los vinos portugueses destinados a Inglaterra. Todo esto permitió a los ingleses importar libremente los productos brasileños y exportar sus manufacturas, cobrando el desequilibrio comercial con oro brasileño y evitando, además, que Portugal se industrializara. La situación fue envidiable, pues Brasil quintuplicó su producción de oro entre 1700 y 1720, que fluyó fácilmente a Londres. Pombal planeó independizar a Portugal de Inglaterra utilizando también a Brasil para su propósito. Lo logró, como veremos a continuación, pero a fines del siglo XVIII, cuando se hicieron notar sus benéficas medidas.
El siglo XVIII se inició con una aguda crisis azucarera, motivada por la competencia antillana (Jamaica, Saint-Domingue, etc.). Pudo paliarse gracias a la minería aurífera, que subió desde una producción de 1.470 kilos en 1700-05 a 15.750 kilos en 1750-54. Se trataba de oro de aluvión, aparecido primero en Itaitaia (1694), luego en Ouro Branco y en Ouro Preto y, finalmente, en otros muchos lugares de una región que muy pronto se llamó "Minas Gerais", porque parecía rebosar de metal precioso. Más tarde se halló también en otras regiones, como Cuiabá (1721) y Goiás (1726). Los buscadores de oro penetraron en el interior del país haciendo avanzar la colonización. junto con el oro, y en la misma región de Minas, aparecieron los diamantes. En 1729, el gobernador de Minas envió a Lisboa "unas pedrezuelas blancas halladas en algunos ríos que se consideraban diamantes". Eran diamantes, en efecto, auténticos diamantes, y el Rey reprendió a su gobernador por no habérselo notificado antes y por no haber cobrado los impuestos correspondientes. Además de los diamantes (que llegaron a producir a la Corona un millón y medio de milreis en 1771), se extrajeron infinidad de piedras preciosas, tales como esmeraldas, amatistas, zafiros, etc. La producción minera trajo otra riqueza no menos importante que fue la agropecuaria. La necesidad de suministrar alimentos a los poblados mineros desarrolló la agricultura y la ganadería en el sur del Brasil. Esta nueva riqueza subsistió cuando empezó a bajar la producción aurífera y diamantífera a fines de los años cincuenta. La aduana de Río experimentó un descenso del 25% entre mediados de los sesenta y de los setenta, disminuyendo el 74% las remesas de oro y diamantes para la Corona. La caída de la minería aurífera continuó hasta los años 1795-99, cuando se produjeron sólo 4.400 kilos. La agricultura equilibró entonces la economía brasileña, gracias a las exportaciones de algodón y azúcar. El primer producto tuvo gran demanda en el mercado inglés, tras la independencia de las colonias norteamericanas, y el azúcar alcanzó otra época dorada al arruinarse los cañaverales haitianos. Brasil produjo también tabaco y café, que empezó a cultivarse en la costa central durante la década de los setenta. También exportó más trigo, cacao y cueros. La situación se reflejó en el comercio luso-inglés. Entre 1776 y 1796, las exportaciones lusas se incrementaron el 90% mientras que las importaciones inglesas sólo aumentaron el 13%. Hay que tener en cuenta que Lisboa importaba de Brasil el 83% del total de los productos coloniales y exportaba al mismo el 78,5% de lo remitido a los territorios ultramarinos. A partir de 1795, la balanza de Portugal con Inglaterra fue favorable al primer país, hecho que jamás se había producido en su historia. Eran los resultados con que soñara Pombal cuando inició sus reformas. Brasil, además, se liberó de su papel de productor casi exclusivo de oro, pues en 1796 sus exportaciones a Portugal fueron de 11.473 contos de reis, de los que el 51% correspondió a productos alimenticios, el 14% a algodón, y sólo el 17% al oro. En 1806, las exportaciones brasileñas totalizaban ya los 14.153 contos de reis. La colonia estaba en plena prosperidad cuando la Corona portuguesa decidió trasladarse a ella un año después, amenazada por la invasión napoleónica.
La cultura brasileña afrontó graves problemas por falta de universidades e imprentas. Unos tres mil criollos brasileños se formaron en las universidades portuguesas. La educación estuvo en manos de los jesuitas y su expulsión dejó un vacío aún mayor que en Hispanoamérica, que no pudieron llenar los franciscanos, capuchinos, carmelitas, etc. A fines del siglo XVIII, se crearon algunas instituciones notables como la Academia Científica de Río (1772) y la Sociedad Literaria, que fomentó el interés por la ciencia y la agricultura.